Epopeya a la ciencia en Europa.


Se define epopeya como un poema extenso en el que el autor canta sobre las hazañas de un héroe o sobre algún extraño y grandioso hecho que parece tocado por la divinidad. No es mi intención ponerme en este post a cantar y ensalzar la gloria de ningún científico ni mucho menos hacerlo de manera extensa, sino pararme a pensar por un momento en los gloriosos hechos que ocurren muy de vez en cuando en nuestro terruño, ya sea España, Portugal, la península Ibérica, o Europa en general.

Corría el año 2005 cuando el ex-presidente español José Luís Rodríguez Zapatero y el ex-presidente luso José Socrátes se juntaban en un acto diplomático en Évora (Portugal) durante la XXI Cumbre Ibérica. Estos tocayos -que pronto se caerían de su puesto- y sus allegados aprovecharon el tiempo entre foto y foto para charlar un poco. Se habló en esta cumbre bilateral sobre la prevención transfronteriza de incendios -quizás deberían haber hablado más, vistas las últimas noticias tanto en Portugal como en España- y se habló de colaborar ante una hipotética pandemia de gripe aviar -que por suerte nunca llegó a ocurrir-.

Después del café vino el problema migratorio -que ya por entonces era el pan de cada día-, potenciar la industria, no olvidarnos del rural, mejorar relaciones internacionales… En general, todo el hilo de temas que se nombran por rigor en este tipo de actos. Ya en última instancia, antes de cerrar el chiringuito e ir a tomarse algo, también se escucharon unas palabras sueltas sobre un instituto Hispano-Portugués de I+D 1. Para los que siguen estas noticias con interés, lo de una mayor inversión en I+D sonó a la misma promesa de siempre, sin intención real de ser cumplida. Y es que para el presidente de turno -e incluso el rey de turno- la ciencia significa lo que cualquier otro acto oficial: foto aquí, sonría mirando a cámara, apretón de manos, y directo a titulares

La diferencia, esta vez para bien, fueron los inmensos fondos europeos disponibles. Cuando la Unión Europea pone los medios para que la ciencia ibérica no se hunda en el desamparo y la indiferencia, es entonces cuando parece que a los políticos les importa un poco más el futuro. Y mucho más si cabe cuando la UE, a través del programa de inversión en el eje Hispano-Luso, se carga a cuestas el pago de treinta de los poco más de cuarenta y cinco millones de euros que cuesta la construcción de dicho “instituto de I+D”. Comienza así a andar el Laboratorio Internacional de Nanotecnología, del que -hechas las cuentas- la Unión Europea pagó el 64’5% del gasto total de construcción 2. Así da gusto progresar.

 

Laboratorio Internacional de Nanotecnología – Braga (Portugal). Source: By Joseolgon (Own work) [CC BY-SA 4.0 (http://creativecommons.org/licenses/by-sa/4.0)%5D, via Wikimedia Commons.

Estamos a 2008 y de nuevo los dos presidentes llegan con toda la pompa para colocar la primera piedra del que será el Laboratorio Internacional de Nanotecnología (INL, por sus siglas en inglés) en la ciudad de Braga, al norte de Portugal. Se escuchan algunas frases elocuentes sobre si España está haciendo un gran esfuerzo por estar a la cabeza de la investigación en Europa, lo propio dice el presidente de Portugal. «Conocimiento, innovación, progreso, entendimiento…», todas esas palabras se utilizan sin mucho orden ni concierto en cada acto. Se lucen banderas. Se sacan fotos. En definitiva, se van a casa contentos 3. Pero la esfera política y periodística nacional prefiere no recordar con mucho énfasis que este proyecto es un regalo venido del exterior, construido y llevado a cabo gracias a la inversión comunitaria y con la intención de que suponga un ejemplo y un faro a seguir para nuestra ciencia. Este dinero, destinado a la “Cooperación y gestión conjunta para la mejora de la competitividad y la promoción del empleo en España-Portugal (2007-2013)” iba a llegar gobernase quién gobernase y, tras otras apariciones sobre la gloria de nuestros países 4, la noticia se convirtió en historia.

Y quizás haya sido lo mejor. ¿Se ha hecho algo desde la inauguración o se ha convertido en otro monumento a la edificación bizarra que tanto nos gusta? Para mayor gloria de todos, cuando los políticos se van, dejan espacio para que los que realmente quieren puedan trabajar a gusto. Una vez el edificio quedó oficialmente inaugurado y desaparecieron de allí los periodistas y los señores con traje, pudieron entrar los caballeros que visten la bata. Cuesta creer que nunca más escuchemos nada sobre este centro de Braga cuando se trata de la única organización de investigación completamente internacional en la UE hasta la fecha, una verdadera punta de lanza de la ciencia en el mundo. ¿Por qué una vez invertido el dinero ya no es noticia saber lo que ha ocurrido con él?

Y es que no estamos hablando solo de un centro puntero a nivel mundial -que no es decir poca cosa-, en una de las ramas de la ciencia con más futuro de la actualidad investigadora. Con más de 400 investigadores en plantilla y un incontable número de estudiantes de doctorado, hablamos de 47.000 m2 dedicados al progreso, a la investigación, a la divulgación científica, y a la empresa. Sí, este centro además tiene una clara vocación empresarial. La concepción más dañina de la investigación que tenemos en nuestro país es que la ciencia está bien, pero hay que comer, se considera que la investigación nunca es un buen negocio y que cada moneda invertida en ciencia es una moneda perdida. Por suerte, las empresas de base tecnológica tienen aquí un vivero en el que florecer.

Dice Rafael Yuste, un ilustre español que triunfó en el extranjero lo que no pudo en su tierra y del que hemos hablado en otro post, que una de las cosas más importantes en las que tiene que centrarse un país es lograr interesar a los jóvenes por la ciencia y formen parte de ella, que colaboren activamente en el progreso:

 

“La ciencia es una parte fundamental de la cultura. –afirma Yuste– Los científicos y los ingenieros, junto con los artistas, son aquellos que tiran del carro de la humanidad. Son esos soñadores que se imaginan cosas que, con en el tiempo, se materializan en forma de móviles, por ejemplo. Y además también son los que tienen que dar respuesta a los problemas de la sociedad. Por tanto, es muy importante que entiendan qué es lo que hacemos los científicos y cuán maravilloso es abrir las puertas del conocimiento.5

 

Sin embargo, sigue costando tomarse la ciencia no como un capricho o algo en lo que invertir cuando vienen buenos tiempos y la bonanza económica nos permite darle unas calderillas a un investigador aquí y allá. Cada paso en ciencia e ingeniería es un paso en firme, es dinero invertido, es seguridad de futuro, y es un progreso que no destruye una burbuja inmobiliaria o una crisis de crédito bancario. Quizás va siendo hora de dejar de invertir en lo fácil y apostar por nuestra propia valía.

Ahí también tienen culpa -o tenemos- aquellos que comunicamos lo que ocurre en el mundo de la ciencia. Al periodismo científico le falta agresividad y coraje, le cuesta encontrar su lugar y confunde la divulgación, la actualidad, y los libros de texto, resultando en una presión real mínima y casi despreciable sobre las decisiones políticas. Las noticias de ciencia, tecnología, ingeniería y -en una palabra- de progreso no deberían ser tema de barra de bar, no al menos las que tratan temas como los presupuestos del estado o la inversiones en I+D. Son temas trascendentales para el futuro de un país y en los que acaba opinando el que no tiene ni idea, propagando la cultura de la desinformación. Por no hablar de que, a menudo, cubre la noticia un periodista sin formación que ni con la mejor intención del mundo puede comprender la dimensión del problema que está abordando y la responsabilidad que está cayendo sobre sus hombros.

Todos queremos llegar a ancianos conservando una calidad de vida, queremos que el año que viene haya vacunas para la nueva cepa de gripe, que los medicamentos sigan funcionando (pese al mal uso que les damos y que crea enfermedades cada vez más resistentes), que los sistemas sanitarios funcionen, el estado de higiene y salud generalizada se mantenga, queremos que algún día llegue la cura del cáncer, del Alzheimer, del Parkinson y de docenas de enfermedades que son unas recién llegadas al mundo de la patología, contra las que no sabemos luchar, y que amenazan con arrebatarnos nuestra vejez. Queremos menos contaminación en el aire y que en unos años un tumor se quite de manera tan eficaz y segura como quien quita ahora un apéndice inflamado. Queremos todas esas cosas, pero no queremos invertir en investigación. Querríamos que nuestros abuelos no se hubiesen muerto de enfermedades o intervenciones médicas que a día de hoy no suponen ningún desafío para la ciencia médica, pero en aquel momento tampoco interesó invertir en el progreso tanto como habría sido posible. Las sociedades de ayer y hoy son cortas de vista.

Esfuerzos como el que ha hecho la Unión Europea con la creación del INL son los que nos ponen un paso por delante para abandonar el pasado. Por alguna razón nos es muy fácil entender que la esperanza de vida sube debido al progreso científico y técnico, pero nos es extremadamente difícil comprender hasta qué punto esto nos afecta a nosotros como individuos, incluso cuando los datos están delante de nosotros diciéndonos a la cara que nuestra esperanza de vida ha subido casi 5 años en los últimos 17 (desde principios de este milenio) y que, incluso con las crisis económicas y sociales, la ciencia puede y tiene que avanzar, que no es un campo estéril en que ya hayamos descubierto todo lo importante.

Cualquier país que quiera ser el responsable de sus propias decisiones tiene que tirar de su propio carro en vez de esperar a que otros tiren por él. Son los científicos, los ingenieros, y los artistas los que mueven un país -parafraseando a Yuste-, los que solucionan los problemas, mejoran las condiciones de vida y nos pondrán mañana un paso por delante de lo que estamos hoy.

Un buen ejemplo de ello lo vemos en el estudio «Broken limits to life expectancy» escrito por Oeppen & Vaupel (2002). Según sus estimaciones sobre el progreso a lo largo de la historia, en los 160 años (aproximadamente) que llevamos desde 1840, la esperanza de vida de la región líder en el progreso del momento histórico se ha incrementado a un ritmo aproximado de tres meses por año. De seguir esta tendencia, en 2050 los habitantes del país líder en el progreso de este siglo presentarán una esperanza de vida al nacer de más de cien años. No está mal, la verdad.

Llegar al año 2050 dándole como regalo a cada recién nacido una esperanza de vida de un siglo es lo que se denomina progreso -sobre todo cuando hemos estado estancados en los 30-40 años de esperanza de vida durante los últimos milenios- y más aún si lo acompaña una elevada calidad de vida. Está claro que la investigación debe seguir siendo una piedra angular en la sociedad moderna ya no solo para comprender más, sino para mantener el terreno conquistado.

La ciencia se ve más y más perjudicada cuanto más y más separados e incomunicados están los países y menos colaboren entre ellos. Yo mismo, para dar un ejemplo cercano, trabajé como ayudante de investigación en Reino Unido en plena irrupción del BREXIT en escena. No había otro tema de conversación en las pausas del café, nadie comprendía qué narices estaba pasando ni porqué había salido adelante la propuesta. Departamentos enteros temiendo fusiones, estudiantes internacionales de doctorado se preocupaban por sus futuro en el país, investigadores de transferencia internacional -como el que escribe este post- temían complicaciones con su beca salida de fondos europeos.

A ni una sola puerta de ningún doctor del departamento le faltaba una pegatina decorativa dejando claro que estaba en contra de aislarse del resto de Europa. Todos lucían con orgullo la insignia: I voted remain”. Y puedo asegurar que hasta el último día que allí estuve -ya con las negociaciones de desconexión en marcha- esta universidad e institución de investigación pública siguió estando empapelada de estas pegatinas, dejando claro quién había votado por quedarse y colaborar. Veamos qué hacemos los que seguimos dentro y cómo termina esta epopeya a la investigación científica en Europa.

 

 

 

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